PREGÓN CRISTO DE LA VICTORIA 2021

Santísimo Cristo de la Victoria
protege siempre a los vigueses;
guárdanos en tu memoria,
y de tu mano nunca nos dejes.

Excelentísimo Sr. Alcalde de Vigo; excelentísimo y reverendísimo Sr. Obispo de esta diócesis; autoridades civiles y militares; querida Hermana Mayor y Secretario de la Cofradía, Marora Martín Caloto y Carlos Borrás, miembros de la Junta. Amigos todos.

Abrumado en un porcentaje similar por la responsabilidad asumida al redactar este pregón y por la profunda emoción y orgullo que supone hacerlo, al contemplar a este Cristo, institución primera de esta ciudad, que nos ilumina, y al mirarle cara a cara, se difuminan estos miedos para comenzar una conversación que espero sea fructífera. Hoy me siento más vigués, y de nuevo agradecido a esta ciudad que tan bien me trata sin yo merecerlo.

Diálogo con Cristo Crucificado y Resucitado, diálogo confiado porque nos amó primero y siempre nos espera con arrobas inagotables de perdón. Por eso tiene los brazos abiertos, para acogernos a todos, mirándonos con ternura de padre, sin juzgar a nadie porque simplemente nos espera.

Me hubiera gustado escribirte el pregón más bonito del mundo, pero me conformo con armar estas frases, estas ideas que brotan de la contemplación de tu figura en la Basílica Concatedral de esta ciudad. Basta con mirarte, Santísimo Cristo de la Victoria, para descubrir la solución a todos nuestros sufrimientos, a todos nuestros problemas, y encontrar el origen de todas nuestras alegrías.

Esa mirada tuya puede reblandecer cualquier corazón, hasta el más duro, hasta el más despiadado, porque no te cansas de esperarnos. Es lícito pensar que últimamente nos has dejado de tu mano, que te has olvidado de nosotros, con esta ola de muerte y sufrimiento que estamos padeciendo en la pandemia; pero también nos sirve y nos servirá para colocar ordenadas las piezas del puzle de nuestras vidas, para disfrutar de lo que tenemos, para priorizar el servicio y para meternos en la cabeza definitivamente que lo más importante es buscar el rostro del otro, especialmente de los que sufren, huyendo del individualismo, para tenderles nuestra mano y nuestro apoyo. A esta pandemia la vamos a derrotar con espuertas de ternura, porque el camino de la ternura es el que han recorrido las mujeres y los hombres más fuertes en todo tiempo atormentado.

Santísimo Cristo de la Victoria
protege siempre a los vigueses;
guárdanos en tu memoria,
y de tu mano nunca nos dejes.

Y ¿qué nos quieren decir esos brazos abiertos? Esa actitud de acogida continua llega a todos los corazones, aunque no nos demos cuenta, aunque no queramos o no podamos verlo. No te cansas nunca de esperarnos para darnos un abrazo, sin preguntar las razones de nuestra marcha ni recriminarnos la tardanza; Tú eres así. A lo largo de la historia hasta los no cristianos han sentido en algún momento esa atracción que sólo puede generar el Amor de forma indescriptible pero permanente durante más de veinte siglos. Porque en ese abrazo eterno no tiene cabida el odio, ni la indiferencia, ni la violencia, ni la insolidaridad, sino más bien la acogida, la ayuda, el perdón misericordioso, la escucha cercana a los demás, para acercarnos continuadamente a las periferias de los descartados y abrir las puertas a todos. La semilla de la bondad está bien esparcida en todas las mujeres y los hombres, estoy seguro, y cada uno, cada una, debe regarla para que germine y crezca, desbrozando las inquietudes y maldades que el mundo también genera. Y aun así, quedará todavía algún camino viscoso que no te comprenderá, que te echará las culpas de todo, porque desconoce la verdad. Y a ese, también lo abrazarás.

La cruz, símbolo de muerte, es a la vez, la esperanza de la Vida, con la Resurrección. Bendita contradicción que condensa la verdad de nuestra existencia, porque Tú has vencido a la muerte y todo lo que conlleva: dolor, sufrimiento, incomprensión, desigualdad; todo lo sanas, pero enseñándonos que no podemos permanecer indiferentes ante estas realidades. Cabe ahora citar a Emilia Pardo Bazán en el centenario de su fallecimiento [El Liberal navarro. Diario de Pamplona, año VIII, número 1986, 1 de abril de 1893] y su versión de este magno momento: “No era así: al amanecer, la frescura del nuevo día despertaba de su letargo al crucificado: allá a lo lejos veía las torres de la ciudad, el mar azul y sereno, los bosques verdes y sombríos, la libertad, la vida… y el gemido profundo, estertoroso, que salía de su lecho, condensaba un llamamiento supremo al autor de la Naturaleza, al Dios que nos crio, y que en cada lengua tiene distinto nombre. No fue Jesús el único que dijo al Padre: “¿Por qué me has desamparado?”.

Esta mirada tuya de amparo para todos, porque todos somos necesitados, también nos anima a cambiar las rudezas de este mundo, a suavizar tantas asperezas que la vida provoca a cada instante, por medio de la disculpa, el interés sincero por los demás y los detalles de servicio en la vida cotidiana.

Estos brazos abiertos nos quieren rodear con afecto, tocarnos el corazón, para mejorar cada día. Siempre estás en ese aliento que nos lleva a ser mejores y que, no sabemos por qué, brota desde nuestro interior. No lo vemos, no lo sabemos, pero siempre está ahí.

Santísimo Cristo de la Victoria
protege siempre a los vigueses;
guárdanos en tu memoria,
y de tu mano nunca nos dejes.

Esta ciudad está repleta de gente buena, que sabe mirar al otro con ojos de empatía, con el sosiego responsable del trabajo bien hecho, de ir construyendo futuro a cada paso. Y mientras tanto, vamos acompañados de la mirada del Cristo de la Victoria y de una sonrisa cuando se fija en Vigo; y esa sonrisa sirve para iluminar a todas y a todos, no sólo a los cristianos o a los creyentes. Esa sonrisa nos sigue esperando y nos sigue ayudando, pese a no ser capaces de verlo porque la vida va muy rápido y es desabrida en demasiadas ocasiones. Desde la vigía de su imponente Basílica nos sabe guiar de forma silenciosa, sin invadir nuestra libertad, más bien acompañándola, buscando lo mejor para cada uno siempre a nuestro lado, abriéndonos el camino como enseñó a Santiago el camiño. Camiño azul como la Ría, blanco como la Ciudad de la Justicia, naranja como sus puestas de sol y verde que te quiero verde como los montes que la rodean; colores vibrantes que nos gritan pidiendo protección y cuidado en este desafío ambiental para proteger nuestra casa común.

A los pies de este Cristo está su Madre, nuestra Madre, la que vive en el Monte de la Guía vigilando los vaivenes de la Ría. Federico García Lorca, un granadino universal que también amaba Galicia, pudo escribir sin tapujos en su “Seis poemas galegos”: Pol-a testa de Galicia, xa ven salaiando a i-alba. A Virxen mira pra o mar, dend’a porta da súa casa.

Cada mañana aprendo en esta ciudad de los valores que rezuman sus gentes: laboriosidad, solidaridad, concordia, acogimiento, respeto al que piensa diferente, cuidado primoroso del medio ambiente. Estos son, qué duda cabe, los valores del Cristo de la Victoria, que nos inspira y nos protege desde el Casco Vello, aunque algunos no lo sepan, y los que lo sabemos, lo olvidemos. Pero esto da un poco igual, porque Él no nos olvida.

Termino ya, en gallego como lo hizo Federico,

Santísimo Cristo da Vitoria
protexe sempre aos vigueses;
gárdanos na túa memoria,
e da túa man nunca nos deixes.

Mais nada.

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