PREGÓN AL SANTÍSIMO CRISTO DE LA VICTORIA

Excmo. Sr. Alcalde y corporación municipal.
Excmo. y Reverendísimo Sr. Obispo de Nuestra Diócesis.
Querida Presidenta y demás miembros de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Victoria
Dignísimas Autoridades.
Amigos y amigas

Quiero comenzar por expresar mi agradecimiento al Sr. Alcalde así como a la directiva de la cofradía, personificada en Marora, por el encargo de realizar este Pregón de la fiesta del Santísimo Cristo de la Victoria. Es para mí un gran honor, seguramente inmerecido, y un reto exigente que procuraré realizar contando también con la actitud favorable de la audiencia. Al comienzo del pregón quiero manifestar mi reconocimiento al Sr. Alcalde, D. Abel Caballero, por su excelente disposición para con el Santísimo Cristo y la cofradía, así como por las facilidades y el estímulo que nos da para seguir adelante. También quiero expresar mi gran consideración a nuestro obispo Don Luis Quinteiro, por su impulso e interés hacia todos nosotros, por su trato amistoso y cercano, y por tantos años de servicio a la Iglesia y a la sociedad.

En mis sentimientos guardo un lugar especial para el Cristo y la cofradía, por todo el tiempo que llevo siendo testigo privilegiado de esta estupenda devoción popular. No puedo dejar de expresar mi agradecimiento y afecto a Don Moisés, párroco de la Colegiata y Consiliario de la Cofradía durante muchos años, así como mi sincero aprecio para todos los miembros de la directiva con los que he tenido el privilegio de compartir las diversas tareas y preparativos durante todo este tiempo.

Cuando mi entrañable amigo, Francisco Castro, me invitó a formar parte de la cofradía, acepté sin dudarlo como un honor. Él había recibido el encargo de presidirla como Hermano Mayor del obispo Don José Diéguez Reboredo, recientemente fallecido, a quien dedico un respetuoso recuerdo. Acepté principalmente por corresponder a su amistad, ya que mi conocimiento de la cofradía era bastante difuso. Había acompañado en la procesión durante años a mis padres, que tenían un gran devoción al Cristo, pero en 1.999 eso quedaba ya muy atrás. Que rápido se han pasado estos 23 años desde que me incorporé y me asignaron un título un poco rimbombante, “vicemayordomo”. Le estoy muy agradecido a Fran por el encargo, que me ha servido para acercarme más al Cristo y a sus devotos.

El Santísimo Cristo es guía y vertebrador de la ciudad y elemento de unión, de inspiración y consuelo de muchos vigueses, gentes de la comarca y de otros lugares, que recurren a él en sus momentos de necesidad y también en sus alegrías. Retomar la procesión después de este parón obligado por la pandemia, es para todos motivo de gran satisfacción y de esperanza. Como leemos en el Evangelio Jesús estaba muy a gusto con las multitudes que le seguían, a las que enseñaba y se apiadaba de ellas porque andaban sin guía. Seguimos necesitando de El para que nos conduzca en el camino de la vida.

La primera parte de mi exposición la realizo desde mi condición de creyente, aunque lo hago con el mayor respeto hacia todas las sensibilidades. Soy consciente de mis insuficiencias y defectos, pero como dice el Papa Francisco: Dios realiza la mayoría de sus designios a través y a pesar de nuestra debilidad. Me parece importante reafirmar que el cristianismo recoge todo lo plenamente humano. Años atrás, en una conversación con el Dr. Luis Munuera, catedrático de Traumatología de la Universidad Autónoma de Madrid y persona de gran valía, me dijo: “que cosa hay mejor que los mandamientos”. Él no era muy religioso, sin embargo valoraba desde el plano humano la conducta de quien se esfuerza por cumplirlos. En una de las homilías que como parroquiano de La Soledad escucho habitualmente con mucho interés a Don Alberto Cuevas, refirió que una colega periodista le había dicho que el logo de los cristianos, la Cruz, resultaba anticuado y poco atractivo. Sin embargo Jesús crucificado, aunque choque con la tendencia actual a evitar el sufrimiento y la incomodidad, es la figura que mejor entronca con la realidad del dolor, de los reveses de todo tipo, de la marginación y de los sufrimientos que afligen a tantas personas. San Pablo nos dice que Cristo crucificado es escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, pero para los llamados es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Él nos sigue llamando a todos.

Inevitablemente la cruz está presente en nuestras vidas, la percibimos más claramente en determinados momentos: enfermedad, problemas familiares o personales, dificultades económicas, etc. Conviene no inventarse cruces, llegan bien con las reales. Cuando aparece hemos de intentar sobrellevarla con serenidad y buen ánimo, volviendo la mirada a Cristo en la Cruz que sufre por todos nosotros. En una ocasión le escuché a Don Moisés, que la principal victoria del Santísimo Cristo no fué sobre los franceses, aunque hay que reconocer y valorar esa parte de nuestra historia. Su verdadera victoria está en otro plano, es el triunfo sobre la muerte, el pecado, el dolor y el poder del demonio. Esta afirmación está en la base de la Fe Católica: los cristianos no somos seguidores de una persona muerta, sino viva y triunfante que nos alcanza la verdadera libertad de los hijos de Dios y nos antecede en el camino a la patria definitiva. Jesús desde la Cruz, además de ser una clara señal del amor de Dios por los hombres y de su misericordia hacia nosotros, nos muestra que nuestra existencia tiene sentido si la empleamos en el servicio a los demás, y no la agotamos inútilmente en ocuparnos de nosotros mismos con nuestros limitados horizontes.

También nosotros en correspondencia hemos de practicar la misericordia y la comprensión. Una de sus principales manifestaciones es saber perdonar las ofensas o los desaires que podamos haber recibido. Como dice el prestigioso psiquiatra Enrique Rojas, para conservar a los amigos, es importante tener mala memoria.

El papa Francisco, inspirándose en San Pablo, nos anima a no cansarnos de hacer el bien. Hemos de asumir nuestra propia historia e intentar que junto con los errores derivados de nuestra condición humana, nos esforcemos en servir a los demás procurando pasar inadvertidos: que no se entere tu mano izquierda de lo que hace la derecha.

Continuando con esta idea, quería hacer algunos comentarios sobre la profesión de médico que llevo ejerciendo desde hace bastantes años: nuestro principal cometido es ayudar a nuestros semejantes. La experiencia de atender a tantos pacientes, con éxitos y fracasos, nos debería hacer más humanos y fraternos, también más humildes. Es muy importante el trato próximo del médico con el paciente y su actitud compasiva, esforzándose por entender su situación física y también comprender el impacto emocional que le produce la enfermedad, muy distinto de unas personas a otras. Para ser útil a los demás no es suficiente con la buena disposición, que no es poco, también es necesario contar con la capacidad para hacerlo, es decir con la competencia profesional, lo que requiere buena formación y años de trabajo y experiencia.

En este punto me gustaría hacer un recuerdo de mi padre, el Dr. José Troncoso Rozas, quien tuvo una vida entregada a la profesión y al cuidado de sus pacientes con cercanía y afecto. También recuerdo su esfuerzo por actualizar siempre su trabajo y conseguir elevar el nivel de la Traumatología con su ejercicio profesional. Fue uno de los pioneros de la Cirugía Ortopédica y Traumatología no sólo en Galicia, si no también en España, siendo socio fundador y miembro muy activo de la Sociedad Española de la especialidad, la SECOT, como lo demuestran sus numerosas comunicaciones y publicaciones. Además de los buenos fundamentos que había recibido con su padre el Dr. José Troncoso Domínguez, que era jefe de Cirugía General en el Hospital Municipal, en la especialidad de Traumatología y Ortopedia, se había formado con el profesor Vittorio Putti, en el instituto Rizzoli de la universidad de Bolonia, que en los años treinta era uno de los lugares más prestigiosos, realizando también allí la tesis doctoral. Estos conocimientos se completaron con su intenso trabajo diario, incluida la experiencia durante la guerra civil, en el Hospital de Oza en La Coruña, debiendo tratar a muchos heridos que trasladaban desde el frente. De su abundante labor profesional en Vigo, con múltiples responsabilidades en distintos centros hospitalarios, me parece interesante recordar su trabajo en el Hogar y Clinica de San Rafael, de la orden de San Juan de Dios, del que fue director médico desde su inicio y durante más de 20 años.

En aquella época estaba dedicado exclusivamente a los pacientes infantiles con problemas del aparato locomotor que eran muy abundantes: poliomielitis, deformidades congénitas, tuberculosis ósea, raquitismo, etc, Eran problemas muy complicados, muy poco frecuentes en la actualidad. Conseguir la mejoría parcial o completa, influía decisivament en el futuro de aquellos niños. Su trabajo estaba orientado hacia niños de familias con escasos recursos, realizado de forma totalmente desinteresada, con la colaboración inestimable de los hermanos de la Orden. A pesar de su intensa actividad y de su salud delicada en sus últimos años, siempre tuvo un gran sentido familiar, sus hijos y los nietos que le conocieron, guardamos de él un recuerdo imborrable.

Tuve la suerte de tenerlo como principal maestro, aprendiendo de él no sólo conocimientos médicos y técnicas quirúrgicas, si no su actitud ante el paciente y la práctica médica. También me contagió su afición por la Traumatología, que me ha servido para mantener el interés en el trabajo a pesar del transcurso del tiempo. En su última etapa profesional, tuvo un papel principal en la creación del Policlínico de Vigo SA, POVISA, que se edificó en los terrenos del antiguo Sanatorio Troncoso de San Amaro. Su origen fué la asociación de 5 médicos fundadores y promotores con distintas especialidades: José Troncoso, primer presidente, Dario Durán, Manuel Sas, Alberto Guitián y Eduardo Vázquez. Cada uno de ellos incorporaba su clínica y consulta al nuevo hospital. La empresa se estructuró como sociedad anónima, a ella se sumaron más de cien médicos de la ciudad con el aliciente de contar con mejores medios diagnósticos y cuidados hospitalarios.

Povisa aportó a los pacientes, desde sus inicios, el trabajo médico en equipo y novedades diagnósticas y terapeúticas como la Bomba de cobalto y el riñón artificial. El decisivo impulso de José Troncoso a la puesta en marcha del Centro Médico, fue su trabajo póstumo. Después de muchos esfuerzos en su estudio, planificación y también económicos, no llegó a incorporarse físicamente al nuevo hospital. Falleció prematuramente en marzo de 1973 a los 64 años, justamente cuando Povisa iniciaba su actividad. Continuamos su trabajo sus ayudantes de la última época: Domingo Rueda, Modesto Rivera y yo. Poco después se incorporaron mi hermano Estanislao y Juan Soler.
Nos hicimos cargo del servicio de Traumatología de Povisa desde los comienzos, durante bastantes años seguimos siendo la Clinica Troncoso que trabajaba de forma autónoma aunque coordinada con el resto del hospital. Nuestra orientación fué continuar el ejemplo y la dedicación profesional de José Troncoso Rozas. A medida que aumentaban las necesidades asistenciales, se incorporaron nuevos especialistas, entre ellos Antonio Pintado actual jefe del servicio. A partir de 1.995 cuando obtuvimos la acreditación oficial para la docencia postgraduada, contamos con la ayuda de los sucesivos médicos residentes en formación. El crecimiento del servicio, fue paralelo al desarrollo del conjunto del hospital.

Sin abandonar el tema médico, quería referirme a una figura clave en nuestro sistema nacional de salud pero no suficientemente valorada, me refiero al médico de familia. La asistencia sanitaria universal es un gran logro, pero mantenerla a buen nivel y mejorarla de acuerdo con los tiempos, es difícil y costoso tanto económicamente como en cuanto a su organización y al trabajo de los profesionales de la salud. En la base del sistema está el médico de familia y su trato cercano con el paciente, si esto falla el edificio de la sanidad se tambalea.

La dignidad de la medicina familiar y comunitaria, con la valiosa colaboración de la enfermería y demás profesionales de la salud, debe recuperarse al nivel que corresponde. Se necesita una mayor consideración y apoyo desde las instituciones, así como la colaboración de los pacientes y sus familiares para no agobiar a los profesionales. El médico debe disponer del sosiego y el tiempo necesarios para atender a los enfermos más complicados y poder realizar las visitas domiciliarias, que es algo muy necesario y meritorio.
La escasez de profesionales de medicina de familia en relación con la demanda de esta especialidad médica, se debe en buena parte a la pérdida de prestigio y alicientes. Es imprescindible recuperar su atractivo profesional, así como favorecer la formación continuada de los médicos y también la docencia postgraduada para los futuros especialistas en los centros de salud.

Cambiando de escenario quería hacer una reflexión sobre la importancia del cuidado dentro de la familia, por el gran valor que supone pero que no se reconoce en toda su valía. El cuidado en el hogar es lo que hace posible sacar adelante a los hijos y a nuestros mayores. También permite que podamos desempeñar nuestras actividades profesionales y sociales con serenidad y buen ánimo. Conviene recordarlo ya que en estos tiempos parece que solamente el trabajo profesional tiene importancia. En la consulta, al iniciar la historia clínica preguntamos habitualmente al paciente cuál es su ocupación, algunas señoras me contestan que sólo son amas de casa, como si eso no fuera un título suficiente. El trabajo en el hogar es una actividad muy cualificada y meritoria, equivalente a un doctorado como dice el Dr. Enrique Rojas. Se trata de una labor de “ida y vuelta”, por la gran ayuda que aportan los hijos, especialmente cuando se hacen mayores, al menos esa es nuestra experiencia.

Quiero expresar mi admiración hacia las familias uniparentales, tienen doble o triple mérito cuando desempeñan estos cometidos. Me parece también de justicia incluir el papel tan importante que realizan las empleadas del hogar. Dentro de este capítulo, el cuidado de las personas dependientes es una labor importantísima, en ocasiones casi heroica. Es necesario cuidar a los cuidadores, facilitarles su descanso y evitar el agotamiento que pueden sufrir en esta abnegada tarea.

Estoy finalizando, me gustaría añadir una consideración acerca de las personas con discapacidad, que tienen un papel muy importante en nuestras familias y también en la sociedad. En el mundo actual utilitarista y competitivo en exceso, representan los valores de la sinceridad y la espontaneidad, el cariño desinteresado y muchas veces el buen humor. Su trato nos mejora, nos hace menos egoístas y nos ayuda a tener una mejor perspectiva de que cosas son importantes en la vida. Conviene recordar que todos somos vulnerables y dependientes de los demás, como se ha puesto de manifiesto durante la pandemia y en muchas otras situaciones de la vida.
Con frecuencia estas personas representan el centro de la familia y son un importante elemento de cohesión entre sus componentes.
La primera actitud hacia ellos, debe ser aceptarlos también interiormente. No podemos dejarlos “a la vera de nuestros caminos”, como dice Jesús Flórez de la Fundación Down de Cantabria. Sin duda una sociedad es tanto más avanzada cuanto mejor se ocupa de sus miembros más débiles. No hay que tratarlos como si fueran permanentemente niños, a la vez que luchamos por sus derechos, debemos animarles a desarrollar sus múltiples capacidades y a cumplir con sus responsabilidades. Debemos esforzarnos por su inclusión en la sociedad, a todos los niveles, como ciudadanos de pleno derecho.

Finalizo con unas Peticiones al Santísimo Cristo:

Por las personas fallecidas o que sufren a causa de la epidemia del Covid, la guerra de Ucrania y todas las guerras, por sus familias y por tantas personas que han ayudado y siguen ayudando de forma muy solidaria.

Por Vigo y su comarca, para que sepamos reconocer la presencia constante del Cristo entre nosotros y acudamos a Él, no sólo en estos días, también durante el resto del año para contarle nuestras penas y dificultades, también nuestras alegrías. Que ayude a las familias, a los mayores y especialmente a la gente joven, que se enfrenta con importantes dificultades e incertidumbres.

Por la cofradía del Santísimo Cristo, que nos ayude a desempeñar nuestro trabajo para mantener y aumentar su devoción. Que haga comprender a las nuevas generaciones el honor que supone contribuir a su servicio.

Que nos dé “sentidiño” a todos, para que sepamos discernir lo que es bueno y positivo, de los errores que conculcan la dignidad humana y el respeto a la vida.

Por nuestros planteamientos vitales, para que se centren en el servicio y el perdón y que consigamos evitar los sentimientos negativos y cualquier sombra de rencor en nuestras vidas.

Muchas gracias.

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