DISCURSO PREGÓN 2024
Excelentísimo señor Alcalde de Vigo, dignísimas autoridades eclesiásticas, civiles y militares, Cofrade Mayor y miembros de la Cofradía del Santísimo Cristo, señoras y señores:
Necesito apelar a su comprensión y solicitar humildemente sus disculpas, si en esta hora solemne inicio mi intervención hablándoles de mi mismo. Pero no conozco otro modo mejor para destacar los valores de esta ciudad de Vigo, que esgrimiendo como razón para ello mi propia experiencia. La experiencia que modestamente expongo ante ustedes y que me permite poner en valor el compendio inacabable de virtudes que esculpen su bendito carácter y que certifican a esta urbe costera como crisol, refugio, hogar, encuentro y ejemplo de libertad, respeto y convivencia. Esa certeza me permite por tanto expresar las emociones y sensaciones que me inspira Vigo, y me anima a transmitir la inmensa gratitud que le debo a esta metrópoli prodigiosa a la que me siento tan profundamente unido como me siento indeleblemente ligado a la hermosa familia que aquí he construido, que me rodea y que me permite hacer venturosamente el camino de la vida junto al amor de mi mujer, Marta, y el de mis hijos, sus parejas, y mis nietos. Muchos de ellos son vigueses. Otros aspiran a convertiré en vigueses y están en ello.
Y es que, por fortuna, no es solo vigués el que nace sino simplemente el que quiere serlo. Como yo mismo. Llegué un otoño de principios de la década de los setenta en el pasado siglo, atendiendo a la oferta de trabajo formulada por el periódico en el que cursé mis prácticas de verano rodeado de veteranos redactores que me ayudaron, me enseñaron y me curtieron, y del que acabé siendo redactor jefe. Pero antes, habituado a la bondad de su clima y de su inigualable ría, tenía yo un concepto muy amable de aquella franja costera con Baiona como referencia hasta que volví a Vigo para quedarme. Cuando descendí del tren en su vieja estación pobremente iluminada, azotado por el viento, bajo el diluvio y más solo que la una, oteé el brumoso horizonte buscando con angustia un tren para regresar de inmediato a casa.
Yo había hecho mis cábalas y calculé permanecer no más de dos años aquí para volver a Madrid con la experiencia y el conocimiento suficientes para colocarme en alguno de los muchos medios de comunicación de mi ciudad de nacimiento. De eso hace ahora más de medio siglo y aquí sigo y nunca hice nada mejor. En este Vigo me siento respetado, querido, integrado y feliz. Esta es mi ciudad y a ella me debo.
Por eso, estar hoy aquí, rodeado de tanta gente hospitalaria y generosa que me permite disfrutar de una designación privilegiada y posiblemente inmerecida, demuestra cómo es este Vigo espléndido que no tiene inconveniente alguno en permitir que un foráneo como yo pueda desempeñar una de las misiones más nobles y más profundamente unidas a su tradición. Nada menos que convertirme en pregonero de su Santísimo Cristo, tan grande y benéfico como la ciudad de la que cuida con paternal cariño. Aquí me tienes por tanto, postrado a tus pies Señor que llegaste hasta nosotros, como no podía ser de otro modo, surcando las aguas.
Por eso Cristo navegante y rey de los océanos, mi primera petición ha de ser para recordarte humildemente que cuides de la gente marinera. Vigo es una ciudad abierta al Atlántico profundo y majestuoso, que desde su fundación se ha hermanado con él en un histórico y permanente “quid pro quo” capaz de hacer de este puerto un referente ineludible a la hora de determinar qué argumentos caracterizan al sector pesquero, al tráfico marítimo de mercancías y pasaje, a la navegación en cualquier modalidad, a tripulantes de condición militar o civil, a sectores como la construcción de buques, el frío y la conserva. El mar le ha cedido generosamente los tesoros de sus profundidades desde tiempos inmemoriales, y aquí se han tendido redes, se ha pescado, y se han salado, embotado y comercializando sus frutos desde el tiempo de los romanos, creando riqueza y dibujando inalterable el perfil de esta capital del mar, genuinamente litoral y genuinamente portuaria de la que tantos españoles salieron en el pasado buscando nueva vida en las Américas, y que hoy es, en justa reciprocidad, hogar y trabajo para muchas familias procedentes de esa América hispana.
Pero a cambio, ha exigido también un sombrío estipendio. Un amargo tributo de dolor y tragedias padecido por las familias marineras. Ejemplo de nobleza, corazón y coraje, la valerosa gente de la mar merece sobradamente tu protección. Cuídalos, Señor del mar. Y procura en tu bondad que todos ellos vuelvan sanos y salvos a casa.
Apelo a mi humilde papel de intermediario, para pedir Señor por los más desfavorecidos de los vigueses que estamos aquí y los que te añoran y recuerdan en la distancia. Te pido por tanto Jesús bondadoso, por los que sufren, por los que carecen y por aquellos que necesitan cuidados. Por los que no gozan de salud, no cuentan con medios y están solos. Somos casi trescientas mil almas conviviendo en esta ciudad, Señor, más aquellos miles que viven mundo adelante. Y necesitamos confiar en tu condición de Padre bondadoso, referencia de calor y refugio. Tú nos ayudas a ser más felices, nos conoces de sobra y sabe que para serlo, la mayoría de nosotros necesitamos muy poco. Percibes donde anidan los anhelos de tus hijos y en tu infinita bondad sabes satisfacerlos.
Este Vigo de hoy del que cuidas amorosamente, nada tiene que ver por fortuna con el que yo conocí en aquellos lejanos años 70. Hoy Vigo es luz. Emite luz, respira e inspira luz. Rezuma posibilidades, transmite confianza, propone proyectos, se muestra orgullosa y avanza. Sus calles y plazas son ejemplo vivo de integración y respeto, de fusión de culturas y amalgama de costumbres: propias unas, llegadas otras del exterior, que nos enriquecen y hacen de Vigo crisol para fundir opiniones y pensamientos diversos, en un estimulante “vive y deja vivir” que propone escenarios de convivencia ejemplares y modélicos de simbiosis étnica y multicultural expresada en cientos de lenguas. Vigo exhibe con orgullo un gozoso abanico de distintos colores de piel, de gustos, de actitudes y de creencias en su condición de puerta abierta al Atlántico y ciudad de acogida en la que nadie puede sentirse forastero.
Pero tú sabes también, buen Jesús, que como todas las grandes ciudades del mundo, la luz convive con las tinieblas y en ellas anidan bolsas de dolor, de pobreza, soledad, necesidad y desasosiego Por esa población que sufre y arrastra muy duros padecimientos te pedimos hoy aquí, Señor. Ayúdalos y no los abandones.
E ilumina Señor a responsables políticos y administrativos de toda categoría departamento y disciplina. Para que gobiernen con sensibilidad, buen juicio y acierto desde las altas cotas de decisión que representan. Para que cada cual, fiel a su pensamiento y defendiendo los idearios que defienda, ejerzan sus cometidos con honestidad, sensibilidad y prudencia. Muchos de ellas y ellos están hoy aquí con nosotros, acompañándonos y honrándonos con su presencia. Guíalos Cristo nuestro para que acierten en sus decisiones y para que sean sensibles y presten atención a la voz de la gente corriente que es la voz del pueblo. Ilumínalos Señor, para que acerquen posiciones, destierren la confrontación y alcancen fórmulas de mutuo y provechoso entendimiento,
Te pedimos, Cristo de la Victoria, por todos nosotros, fieles a ti, vigueses por afición o por nacimiento, de toda condición, sexo, profesión, creencia, estrato, edad y procedencia. El respeto, el cariño y la devoción que nos inspiras y que te tributamos, nada tiene que ver con clases sociales, modelos territoriales, niveles económicos, prosperidad o carencia. Ni siquiera es producto directo del grado de fervor religioso que anide en el corazón de cada uno. Esta cita anual que reúne a los que tanto te queremos y tanta confianza depositamos en tu paternal protección, responde a un pacto íntimo y personal que se transmite de generación en generación y que brota al exterior con toda su potencia en esta hermosa fecha.
Aquí venimos confiados a tu encuentro sabiendo que tú, Señor, nos estás esperando. Porque este es un acontecimiento irrepetible que crece y se multiplica precisamente en torno a un motivo compartido. Y este motivo no es otro que la ESPERANZA. La esperanza en ti, Señor, nos aúna y nos hace iguales. Nos permite vivir bajo tu techo y nos permite rendirte homenaje permanente que se manifiesta y se significa en las calles y plazas de esta ciudad mañana sin ir más lejos, cuando todos los anhelos, todas las ilusiones, todo el caudal de sentimientos que anidan en el alma nuestra brotan y toman a tu paso las calles. Tú eres esa esperanza, Señor, tu bondad infinita se hace presente, y se obra un milagro irrepetible. Un prodigio de emoción que no puede ser explicado sino vivido.
Y en esa esperanza te pedimos también por los más pequeños y los mayores. Porque representan los puntos más vulnerables de nuestra sociedad. Los niños necesitan de tu custodia y tu guía porque son el futuro. Los viejos, de tu compañía y tu refugio porque lo necesitan y lo merecen. Gracias a su esfuerzo y su trabajo las siguientes generaciones han accedido a un mundo incomparablemente mejor. Te rogamos que los tengas en cuenta.
Permíteme que te pidamos, Señor, por el Celta que es una de las divisas más entrañables de esta ciudad aunque cierto es también que en esta petición van incluidos todos los equipos masculino y femeninos de esta comarca nuestra que crece en torno a Vigo como epicentro, porque vivimos en un ámbito que lleva años aportando al panorama deportivo nacional personalidades de entidad suficiente como para considerarnos importantes ya sea en estadios, circuitos, pista, piscina, velódromo, carretera, superficie de tierra batida, hierba o parqué, canchas, gimnasios, tatami o cuadrilátero. O noso Celta, como bien sabes, forma parte del patrimonio cultural, sentimental e intelectual no solo de los vigueses sino de los gallegos. Y su nombre hace mucho que traspasó las fronteras naturales de su localización geográfica y vuela libre como una gaviota de la ría vestida de azul celeste a todos los países de la tierra porque en cada uno de sus cuatro continentes mora seguro, un incondicional celtista. Pedir por el Celta te propone Señor, que nos tengas en cuenta. Y que, a ser posible, le eches una mano a un capitán de la talla humana, el honor y la categoría ejemplar de Yago Aspas, orgullo celeste por excelencia. Llevamos nuestro Celta en el corazón junto a la cruz de Santiago que cruza su escudo.
Y es que este Vigo siglo XXI es un ejemplo permanente de superación y voluntad. Y a sus jóvenes generaciones de deportistas en todas las modalidades tenemos que remitirnos y sentir emoción y legítimo orgullo al pronunciar los nombres de esos chicos y chicas componentes de una pujante generación que, a cuenta de su esfuerzo y su espléndido trabajo, han puesto Vigo en el mapa.
La mayor gratitud para el tenista Martín de la Puente que acaba de proclamarse subcampeón en la hierba de Wimbledon. Y nos sentimos orgullosos y emocionados con figuras tan admirables como la doctora Susana Rodríguez Gacio en triatlón, la saltadora Desirée Villa o la tiradora Judith Rodríguez estrellas del deporte adaptado. Los tres van camino de París y allí está también el balonmanista Pedro Rodríguez, la maratoniana Ester Navarrete, el triatleta Antonio Serrat y la jugadora de baloncesto María Araujo para los que te pedimos tu ayuda para obtengan la recompensa en medallas que su esfuerzo merece. Tenlos en cuenta, Padre nuestro, y no olvides hacerles un hueco a tres personalidades deportivas que si no son de Vigo tienen caudal de sobra para serlo y por vigueses los tenemos. Anita Peleteiro que se ha colgado el bronce mundial en Glasgow hace bien poco, Joselu Mato, campeón de Europa con la selección de fútbol, y Teresa Portela, la piragüista de la orilla de enfrente que nos emociona a todos con cada palada. Y abusando de tu paciencia, me permito avisarte de que un vigués ejemplar cuya memoria conservo emocionado y que se llama Francisco Amoedo, está en estos momentos de pie tras de ti y en tu rincón, enseñándote cómo usar el jab de izquierda. Recordado y querido Paco, vigués ejemplar y ejemplo de honradez a carta cabal, que tu bondad nos abra las puertas del Cristo de la Victoria para que te escuche y nos sirvas de embajador para llegar más fácilmente a su lado.
El catálogo de peticiones, Señor, se va agotando y convendría no insistir demasiado porque en tu infinita sabiduría y bondad bien sabes a quien le hace falta tu socorro. Acuérdate buen Jesús de los periodistas, el gremio al que pertenezco y para el que solicito tu ayuda para cumplir honestamente con nuestro oficio, contando la verdad y manteniendo nuestras conciencias a resguardo de presiones ajenas, y libre de tentaciones. No olvides a los jueces y magistrados. Guíalos en su difícil tarea de administrar Justicia con sabiduría y prudencia. Protege a nuestros cuerpos de Seguridad y con toda justicia hoy al Cuerpo Nacional de Policía que cumple dos siglos de valerosa existencia. A nuestras Fuerzas Armadas y nuestros admirables bomberos, para los que todas las ayudas son buenas en sus arriesgadas misiones. Ayuda al sector sanitario: médicos, enfermería, recuperación, terapia, farmacia y en fin, todos los que velan por nuestra salud y a los que debemos gratitud infinita por su dedicación y su admirable trabajo. Y por favor, Señor, te pedimos encarecidamente tu mediación para poner fin a esta lacra de pesadilla que es la violencia machista cuyos horrores no pueden tener cabida en una sociedad avanzada ni pueden ser tolerados por un mundo que necesita angustiosamente tu mano para imponer la paz, el diálogo, la comprensión, la amistad y el entendimiento, y acabar con la violencia, imponer la razón, abominar de la guerra y luchar cada día por un mundo en paz, mejor y más honorable.
Cristo de la Victoria óyenos, cuídanos, ámanos y protégenos como has hecho hasta ahora. Por los siglos de los siglos…
Así te lo solicitamos en la completa creencia de que seremos escuchados. Gracias a ti Señor.